lunes, 25 de marzo de 2013


NEVERLAND


Susana Torres



 “Wendy, olvídalos a todos,
vente conmigo allí a Nunca Jamás,
nunca jamás tendrás que preocuparte por cosas de mayores”.

Peter Pan en La gran aventura





 Desarraigo es el sentimiento de pérdida que todos experimentamos en algún momento de nuestras vidas. La sensación subjetiva de un despojo. El luto hacia algo que antes nos pertenecía. Como la niñez. Aquella etapa que alguna vez nos fue propia y hoy nos resulta extrañamente ajena.

También es el título de la propuesta compartida por Sonia Cunliffe y Silvana Pestana. Un conjunto de obras disímiles articuladas por su mirada inquietante y especial hacia la infancia. Y hacia la historia. Cierta niñez mostrada sin idealizaciones, ni nostalgia, donde la frontera entre pureza y crueldad se desdibuja ante un relato imaginario de descuidos paternos en momentos particulares.




El proyecto se construye así desde narraciones familiares compartidas entre las expositoras y Soledad Cunliffe, hermana de una de ellas, quien transfigura esos relatos en el cuento “Cuando nos quedamos solos”: la reelaboración casi mítica de recuerdos o fantasías sobre niños abandonados en una casa hacienda durante la Reforma Agraria.

Como un otro Neverland, el país de la eterna infancia creado por Sir James Matthew Barrie para el personaje de Peter Pan: un lugar donde nadie crece jamás. Un espacio para jugar y divertirse en el que, sin embargo, demasiados peligros acechan. El hogar perfecto para los infantes olvidados. Descuidados. Críos sin padres de los que ningún adulto se acuerda. Los llamados niños perdidos.

Las expositoras crean un múltiple relato visual, entrecruzando técnicas diversas para la reinterpretación artística de situaciones generadas con hijos propios y ajenos (pero cercanos). Los pequeños se nos muestran sin supervisión adulta, abandonados a sus propios criterios en espacios donde aventura y desventura reinan al mismo tiempo. Un simulacro de vida no supervisada para generar en sus niños la sensación del descuido paterno. Al olvidar ellos que son observados, generan una dinámica de independencia inusual, de curiosidad extraña, de experimentación más que de miedo.



Cunliffe y Pestana espían a los pequeños dejados supuestamente a su propia suerte. Abandono y descuido se confunden con la travesura y la inseguridad. Pero toda aventura conlleva una sensación libertina y libertaria. Una mezcla de euforia, delirio y desazón recorre las imágenes generadas. Hay también en ellas una gran necesidad infantil de riesgo, pero controlado por la voluntad artística que es a la vez la ansiedad materna.

Fotografías, dibujos, impresiones, videos, incluso un libro-objeto, evidencian lo que transcurre cuando los infantes se hacen cargo de sí mismos. Los padres no están, las nanas han desaparecido. No hay quién los acoja o les dé normas. No hay hogares ni escuelas. Quedan a merced de sus deseos más autónomos.



Y por un instante crean familias nuevas, o un nuevo sentido de la familia: tribu, clan, manada, ordenados por la negociación del juego y desde el caos. Risas, llantos, peleas, miedos, ejecuciones, aburrimiento, cansancio y otras vez risas surgen naturalmente. También el sentido de mutua protección.

El súbito desarraigo de estos niños, distanciados también por el registro y mediados ahora por la obra de arte, los muestra reinventados en formas espontáneas de relacionarse desde lo primario. Juegos tiernos e ingenuos devienen acciones tan inconcientes como salvajes.



Y el desarraigo da paso al desapego. De la tristeza por lo perdido, a la emoción de lo no necesitado. Una infancia marginal donde no hay asomo de melancolía ante la carencia de padres, supervisión o pedagogía alguna. Niños perdidos que todavía no necesitan ser encontrados. Por que se sienten por ahora a gusto en su propio Nunca Jamás.

Pequeños adultos aún no adulterados.

(FIN)

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